Dios trajo sentido a mi vida desde que le abrí mi corazón siendo muy pequeña. Hoy quiero compartirte lo principal que Dios hizo por mí, al descubrir por medio de Su amor lo que significa ser mujer.
Conocemos y hemos sufrido la mentira que el mundo nos dice y nos muestra acerca de lo que es ser mujer, pero cuando cavas sobre esa montaña de escombro, encuentras el tesoro de la verdad y entiendes que eres una obra maestra de quien te ama con amor perfecto y Eterno.
Crecí con unos modelos muy fuertes de mujer. Mi mamá me tuvo muy joven, y en ella descubrí el coraje de ser responsable de las decisiones e incluso de los errores. Ella me demostró que asumiendo la actitud correcta se puede transformar un aparente fracaso en bendición. A pesar de tener las demandas de lo que implicaba ser madre continuó con sus estudios de noche y trabajaba de día sin descanso para darme la mejor educación, aunque ese deseo le significara más renuncias, como sacrificar su vanidad de mujer… No olvido sus zapatos desgastados y nunca le escuché si eso le afectaba.
Aunque no ha sido hábil para expresar con palabras su amor, recuerdo que nadie podía competir con mis disfraces, pues ella los hacía con tanta pasión que eran realmente deslumbrantes. ¡Gracias mamá! Creo que aún no te había dicho ésto, pero siempre lo he pensado. Por eso, aprendí que cuando se ama de verdad a veces sobran las palabras. Su valentía hoy la ha conducido a poder llevar la palabra de Dios en lugares donde pocos estarían dispuestos a ir para llevar la esperanza a personas vulnerables con mucha necesidad.
A mi mamá también le debo el escoger con sabiduría en quien confiar mi cuidado, mientras ella tenía que hacer tanto por las dos. Es así como mi abuela llegó a enseñarme otra perspectiva de ser mujer a través de su vida y cuidado. La recuerdo siempre en movimiento, la casa rebosaba de su presencia porque ella tenía que ver con todo. Se levantaba muy temprano a las cuatro de la mañana donde comenzaba con su rutina de ejercicios, para luego pasar a la cocina y dejar las arepas listas para el desayuno de todos. Luego corría a terminar de arreglarse por que muy pronto llegaría el bus del colegio que la llevaba a su trabajo, el cual siempre llegaba antes de que ella estuviera completamente lista, y ella lo solucionaba con su encanto logrando que el conductor la esperara unos cuantos minutos más, llevándole un café bien caliente. Fue difícil tener que ver aquel torbellino de mujer enferma y poco a poco notar como se atenuaba y se consumía el fuego de su vitalidad. Dicen que una dama sabe cuándo retirarse y así fue como ella lo hizo, no sin antes darnos una lección de vida.
Mi abuela disfrutaba de su feminidad, gracias a su trabajo podía darse algunos gustos que le permitían verse siempre arreglada. Todas las noches dejaba su cabello preparado para el día siguiente y era una rutina en su vida. Al enfermar, la quimioterapia arrasó con su cabello y yo veía en silencio como ella vivía su proceso. Aquella mujer de armas tomar no se iba a quedar de brazos cruzados con este hecho, pues la rutina del cabello continuó, ya que ella consiguió unas pelucas de cada color porque, por supuesto, ella tenía que ir a trabajar. Mis abuelos fueron testimonio vivo de la fuerza y el valor que Dios nos da para encarar lo difícil de la vida. Ella luchó hasta el final y confió su vida en las manos del Señor aún en el sufrimiento y dolor.
He visto a Dios en estas experiencias de vida que abrieron mis ojos para buscarlo en mi propia existencia, en mis desafíos, mis temores, mis aciertos y mis profundas tristezas. El ser madre de una niña volvió a confrontarme con el ser mujer. Ahora tenía, no solo que haber descubierto cómo ser una mujer de verdad para encontrar mi camino, sino que debía enseñar a serlo, ayudando a mi pequeña hija a descubrirse y allí comenzó otra gran aventura que llena mis días de amor, gratitud y tanto para compartir.
Ella también llegó para mostrarme lo mejor que hay en mí. Me presentó una dimensión de mí misma inexplorada, porque no creí tener tales capacidades, pero ella con su dulzura me veía como yo aún no podía hacerlo. Ella me ha enseñado a confiar y descubrir lo que Dios dispuso en mí al crearme, y todo ese descubrimiento me ha encaminado a un propósito que me ha sostenido y edificado como la mujer que hoy puedo ser en todas mis facetas y dimensiones.
Recuerdo un momento con mi hija, a sus ocho años, en esa edad donde se está lleno de inquietudes. Me perseguía por toda la casa con un cuaderno, haciéndome preguntas: me decía: “Mamá ¿Cuál es tu color favorito?” Yo, respondía y ella escribía con detalle cada palabra que le decía, y luego seguía una tras otra pregunta muy específicas sobre gustos y preferencias que hoy siguen, pero cada vez se hacen más complejas. Entonces le pregunte por qué tanto interés por saber esas cosas y me mostró su cuaderno y decía “las cosas que le gustan a mamá” y seguidamente me dijo: “Es que quiero saberte, quiero aprenderme bien lo que te gusta, para poder dártelo siempre”.
También fue ella quien me animó a escribir de nuevo, diciéndome que debía compartir mis pensamientos. Es así como con temor, amor y compromiso lo hago porque elegí creer en la vida que Dios me dio para ser la mujer que puedo ser, a través de Su gracia y misericordia en las enseñanzas de fe y determinación de todas las mujeres con las que me ha permitido compartir, conocer y querer en el trascurso de mi vida.
“Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al SEÑOR, ésa será alabada”
Proverbios 31:30
Carolina Giraldo Massa
Psicóloga Humanista Pontificia Universidad Javeriana.
Vive en Irlanda.
Más escritos en el siguiente blog:
cagimass-vida.blogspot.ie
Conocemos y hemos sufrido la mentira que el mundo nos dice y nos muestra acerca de lo que es ser mujer, pero cuando cavas sobre esa montaña de escombro, encuentras el tesoro de la verdad y entiendes que eres una obra maestra de quien te ama con amor perfecto y Eterno.
Crecí con unos modelos muy fuertes de mujer. Mi mamá me tuvo muy joven, y en ella descubrí el coraje de ser responsable de las decisiones e incluso de los errores. Ella me demostró que asumiendo la actitud correcta se puede transformar un aparente fracaso en bendición. A pesar de tener las demandas de lo que implicaba ser madre continuó con sus estudios de noche y trabajaba de día sin descanso para darme la mejor educación, aunque ese deseo le significara más renuncias, como sacrificar su vanidad de mujer… No olvido sus zapatos desgastados y nunca le escuché si eso le afectaba.
Aunque no ha sido hábil para expresar con palabras su amor, recuerdo que nadie podía competir con mis disfraces, pues ella los hacía con tanta pasión que eran realmente deslumbrantes. ¡Gracias mamá! Creo que aún no te había dicho ésto, pero siempre lo he pensado. Por eso, aprendí que cuando se ama de verdad a veces sobran las palabras. Su valentía hoy la ha conducido a poder llevar la palabra de Dios en lugares donde pocos estarían dispuestos a ir para llevar la esperanza a personas vulnerables con mucha necesidad.
A mi mamá también le debo el escoger con sabiduría en quien confiar mi cuidado, mientras ella tenía que hacer tanto por las dos. Es así como mi abuela llegó a enseñarme otra perspectiva de ser mujer a través de su vida y cuidado. La recuerdo siempre en movimiento, la casa rebosaba de su presencia porque ella tenía que ver con todo. Se levantaba muy temprano a las cuatro de la mañana donde comenzaba con su rutina de ejercicios, para luego pasar a la cocina y dejar las arepas listas para el desayuno de todos. Luego corría a terminar de arreglarse por que muy pronto llegaría el bus del colegio que la llevaba a su trabajo, el cual siempre llegaba antes de que ella estuviera completamente lista, y ella lo solucionaba con su encanto logrando que el conductor la esperara unos cuantos minutos más, llevándole un café bien caliente. Fue difícil tener que ver aquel torbellino de mujer enferma y poco a poco notar como se atenuaba y se consumía el fuego de su vitalidad. Dicen que una dama sabe cuándo retirarse y así fue como ella lo hizo, no sin antes darnos una lección de vida.
Mi abuela disfrutaba de su feminidad, gracias a su trabajo podía darse algunos gustos que le permitían verse siempre arreglada. Todas las noches dejaba su cabello preparado para el día siguiente y era una rutina en su vida. Al enfermar, la quimioterapia arrasó con su cabello y yo veía en silencio como ella vivía su proceso. Aquella mujer de armas tomar no se iba a quedar de brazos cruzados con este hecho, pues la rutina del cabello continuó, ya que ella consiguió unas pelucas de cada color porque, por supuesto, ella tenía que ir a trabajar. Mis abuelos fueron testimonio vivo de la fuerza y el valor que Dios nos da para encarar lo difícil de la vida. Ella luchó hasta el final y confió su vida en las manos del Señor aún en el sufrimiento y dolor.
He visto a Dios en estas experiencias de vida que abrieron mis ojos para buscarlo en mi propia existencia, en mis desafíos, mis temores, mis aciertos y mis profundas tristezas. El ser madre de una niña volvió a confrontarme con el ser mujer. Ahora tenía, no solo que haber descubierto cómo ser una mujer de verdad para encontrar mi camino, sino que debía enseñar a serlo, ayudando a mi pequeña hija a descubrirse y allí comenzó otra gran aventura que llena mis días de amor, gratitud y tanto para compartir.
Ella también llegó para mostrarme lo mejor que hay en mí. Me presentó una dimensión de mí misma inexplorada, porque no creí tener tales capacidades, pero ella con su dulzura me veía como yo aún no podía hacerlo. Ella me ha enseñado a confiar y descubrir lo que Dios dispuso en mí al crearme, y todo ese descubrimiento me ha encaminado a un propósito que me ha sostenido y edificado como la mujer que hoy puedo ser en todas mis facetas y dimensiones.
Recuerdo un momento con mi hija, a sus ocho años, en esa edad donde se está lleno de inquietudes. Me perseguía por toda la casa con un cuaderno, haciéndome preguntas: me decía: “Mamá ¿Cuál es tu color favorito?” Yo, respondía y ella escribía con detalle cada palabra que le decía, y luego seguía una tras otra pregunta muy específicas sobre gustos y preferencias que hoy siguen, pero cada vez se hacen más complejas. Entonces le pregunte por qué tanto interés por saber esas cosas y me mostró su cuaderno y decía “las cosas que le gustan a mamá” y seguidamente me dijo: “Es que quiero saberte, quiero aprenderme bien lo que te gusta, para poder dártelo siempre”.
También fue ella quien me animó a escribir de nuevo, diciéndome que debía compartir mis pensamientos. Es así como con temor, amor y compromiso lo hago porque elegí creer en la vida que Dios me dio para ser la mujer que puedo ser, a través de Su gracia y misericordia en las enseñanzas de fe y determinación de todas las mujeres con las que me ha permitido compartir, conocer y querer en el trascurso de mi vida.
“Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al SEÑOR, ésa será alabada”
Proverbios 31:30
Carolina Giraldo Massa
Psicóloga Humanista Pontificia Universidad Javeriana.
Vive en Irlanda.
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